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La sirga es un modo de navegación, principalmente fluvial, en el que personas o animales arrastran las embarcaciones desde las orillas tirando de una maroma. En las últimas décadas del siglo XIX se alzaron voces críticas contra la permanencia de esta dura actividad en la ría de Bilbao, censurándose con firmeza desde la prensa que se permitiera desarrollarla a las mujeres. Se afirmaba que los seres humanos -y menos aún las féminas- no debían realizar trabajos reservados a las bestias.

Durante esa segunda mitad de la centuria la sirga protagonizó varias pinturas y dibujos de los creadores locales. Al margen de un dibujo de Luis Paret y Alcázar de finales del siglo XVIII, probablemente la primera representación de esta actividad aparece en Los Astilleros de La Salve (c. 1868) de Antonio María Lecuona. En el ángulo inferior izquierdo del cuadro varias mujeres tiran de una maroma unida a una barcaza, en una visión anecdótica casi perdida en el conjunto del paisaje. Fue de maano de uno de sus discípulos más aventajados, Anselmo Guinea, cuando la sirga se convirtió en protagonista absoluta de una obra de arte. A principios de la década de 1890 pintó La sirga (1892), La sirga de frente (1893) y La sirga por Olaveaga (c. 1893-1894), en las que centra su mirada -recientemente renovada en colorido y encuadres por su primera estancia en París- en las figuras humanas. Contemporáneo a éstas es también un dibujo de Darío de Regoyos erróneamente titulado Pescador (1893).

Habría que esperar hasta entrado el siglo XX para encontrar una obra que manifestase con crudeza el verdadero rigor del oficio. En La sirga, Alberto Arrue huye de la puesta en escena meramente descriptiva de Guinea para decantarse por un enfoque de clara denuncia social. Téngase en cuenta que en los primeros años del siglo todavía se publicaban escritos en contra de esta forma de trabajo. Uno de ellos, de 1903, parece describir la patética estampa de la obra que nos ocupa: (...) "en la ribera de Deusto, encorvados, de flageladas y enjutas carnes, ostentando en sus mejillas palideces de muerte, sudores agónicos, y en sus ojos hundidas fosforescencias lúgubres (...). Tiraban de la cuerda que cruzaba sus pechos, (...) avanzaban bajas las cabezas, mirando al suelo con aliento rítmico, cansado, de fatiga inmensa; era lento el paso, muy lento; y la gabarra, al esfuerzo inaudito de las bestias bímanas, avanzaba por el río abajo, cargada hasta los bordes de mineral" (...). La voluntad de denuncia de la obra, argumental y plásticamente relacionada con Aurelio Arteta -y más allá con Daumier-, habría que entenderla como parte de la vinculación de Arrue con el mundo socialista. No debe olvidarse que La sirga es contemporánea del retrato que Arrúe pintó del líder socialista Tomás Meabe, quien se preocupó de dotar de un sello de calidad a las ilustraciones del semanario La Lucha de Clases, que dirigía, precisamente asegurando la colaboración de los dos artistas citados: Arrue y Arteta.

En La sirga Arrue emplea con habilidad una composición en zig zag, en la que las diagonales acentúan el esfuerzo de los trabajadores del primer plano. El dibujo marcado, sintético, y las desproporciones anatómicas atrapan la mirada del espectador y muestran la importancia simbólica de esas manos que reivindican el trabajo obrero. Tras los dos personajes principales, Arrue coloca con sutileza un coche deportivo aparcado en el muelle, que ejerce de contrapunto y alude a la vida burguesa. La escena se cierra al fondo con otros tres sirgueros que tiran de una gabarra todavía oculta para el espectador. La obra fue presentada en una exposición individual celebrada en la Sala Delclaux de Bilbao en enero de 1919. Estanislao María de Aguirre la destacó entonces de entre el resto de piezas: "Entre sus pasteles, La sirga nos parece lo mejor, (...) por su austeridad, por lo que tiene de amortiguadas las calidades del pastel".

El motivo continuó teniendo vigencia en la producción de Arrue, pues lo reprodujo en una serie de postales editada en 1929, y en 1944 se encontraba pintando una réplica al óleo cuando le sobrevino una angina de pecho que resultaría fatal. (Mikel Lertxundi)

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