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En el Bilbao decimonónico son varios los casos de familias de origen extranjero que destacaron en las artes. A los Zamacois y Delmas (en inicio Delmazzo) deben sumarse los Rochelt, que demostraron una exquisita sensibilidad para la música, las letras y la pintura. Entre sus integrantes se contaron al menos doce aficionados a esta última disciplina, que gozaron del privilegio de acompañar en sus salidas artísticas y recibir los consejos de los principales creadores del momento en la provincia: Carlos de Haes (1826-1898), Jaime Morera (1854-1927), Darío de Regoyos (1857-1913), Adolfo Guiard (1860-1916) y Anselmo Guinea.

En lo pictórico, Juan Rochelt y Amann (1858-1907) fue el miembro más sobresaliente de esta familia de comerciantes llegada de Centroeuropa en el siglo XVIII. Fue, además, un activo colaborador de todos aquellos eventos culturales y festivos que acontecieron en la Villa en las dos últimas décadas del siglo, entre los que puede mencionarse su contribución a la organización de la fiesta naval en honor de la reina María Cristina (1887) y de la tómbola para recaudar fondos para la finalización de las obras de la torre de la iglesia de Santiago (1888), así como su participación en las comisiones de festejos de los años 1898 y 1905. Asimismo, su reconocido prestigio en cuestiones estéticas le valió la invitación para integrar tanto los jurados de concursos de dibujos convocados por la prensa local, o el del monumento al músico Juan Crisóstomo de Arriaga, como las delegaciones de la Diputación de Bizkaia para la adquisición de obras de las Exposiciones de Arte Moderno de Bilbao de 1900, 1903 y 1905.

Como pintor, su producción de los años setenta entronca con las acuarelas contemporáneas de Guinea, si bien su paso por París -en un momento difícil de precisar, pero cercano a 1890- y el contacto con Guiard y Regoyos imprimieron nuevos aires a su pintura. La línea elegante, la luz y el empleo de los malvas caracterizaron su obra de madurez, en la que también existen recuerdos de la estampa japonesa, del puntillismo y de Pissarro. El crítico de arte Juan de la Encina, poco dado a los elogios gratuitos, lo calificó de «paisajista excelente», y de sus cuadros afirmó «que en ocasiones poco tienen que envidiar, sino a los excelentes, a los buenos de Darío de Regoyos».

La única ocasión en la que Juan Rochelt mostró su obra al público fue en la Exposición Provincial de Vizcaya de 1823, pues el resto de su vida la modestia le impidió compartir sus creaciones fuera del círculo de sus amistades más íntimas, hasta el punto de encargar «que de ninguna manera se hable de él ni hagan exposición de sus obras» tras su muerte. En ese deseo se cimenta el sorprendente desconocimiento de su obra, sin duda merecedora de un lugar entre la de los renovadores de la pintura en el País Vasco de finales del XIX.

En este pequeño cuadro, un joven Rochelt aparece retratado en una visita al estudio de Guinea, de cuya decoración entrevemos varios elementos que, aparte de la pincelada minuciosa, el trazo seguro y el colorido brillante, ayudan a datar la obra a comienzos de la década de 1880. Sobre la pared vemos colgados un capote y dos obras abocetadas que remiten a su producción de esta época: una cabeza de torero y una escena dieciochesca. Sin embargo, estos datos se revelan insuficientes a la hora de precisar si se trata del taller que tuvo instalado en el número 3 de la calle de los Fueros de Bilbao desde 1877 o alguno de los estudios que ocupó en Roma. El retratado posa relajado, con un aire indolente de joven dandi que, tocado con un sombrero hongo, testimonia la filiación inglesa de Bilbao. (Mikel Lertxundi)

Bibliografía seleccionada

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• La imagen del artista : retratos de artistas vascos entre dos siglos [Cat. exp.]. Bilbao, Bilbao Bizkaia Kutxa, 1993. pp. 62-63.
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